El Boomeran(g)


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AGRESIONES COTIDIANAS


Votar con miedo

Ciudad Mier, Tamps.- En este pueblo que alguna vez fue mágico, el padrón electoral “esta lleno de muertos, desaparecidos y gente que se fue por la violencia”, dice la funcionaria de la casilla básica 718 prácticamente desierta debido al miedo generado por la batalla que libran los Zetas y el Cártel del Golfo por el control de la zona. 
Las calles desiertas fueron recorridas por un convoy del Ejército Mexicano y otro de la Policía de Tamaulipas, pero ni así la mayoría de sus habitantes se animó a acudir a su cita con las urnas: “Es normal, la gente tiene miedo, tenemos miedo. Los que están fuera no pueden llegar porque tienen miedo de los retenes de un lado y del otro”, dice el maestro Rolando Ramírez miembro del Comité de campaña del PRI. 
Por un lado, al norte de este municipio los Zetas controlan Guerrero y por el Este, el Cártel del Golfo domina Miguel Alemán; ambos instalan “retenes” en las carreteras y brechas lo que tiene aterrorizada a la población que finalmente prefiere no desplazarse: “Mucha gente que se fue hace dos años no ha vuelto, pero a pesar de todo, ha venido gente. Ya se sabe: el miedo”, dice Mara Chávez presidenta de la casilla básica 716. 
Hace dos años, las balaceras entre ambos grupos del crimen organizado dejaron este pueblo vacío de seis mil habitantes, cuya mayoría se desplazó a vivir a otros lugares abandonando sus casas. Desde entonces, la Secretaría de la Defensa instaló cerca de la plaza principal, un cuartel militar con el Batallón 105, debido a que la desaparecida policía local que intentó reinstalarse en dos ocasiones, desistió de operar en la zona, por los continuos ataques armados. 
Mucha gente ya no volvió. Hay cientos de casas solas. La zona de Infonavit Casas Geo luce desierta con más de 60 viviendas abandonadas: “Prefierí venirme a vivir al centro del pueblo con mi mamá. Allí no se puede estar”, dice una funcionaria de casilla que prefiere no dar su nombre, al comentar que “la afluencia” de votantes fue “moderada”. 
En realidad, nadie sabe cuántos son los “electores reales” ubicados en las nueve casillas, reconoce una funcionaria del IFE que tampoco quiere dar su nombre: “Lo que pasa es que a los muertos o desaparecidos no los dieron de baja ante el IFE y se quedaron allí en el padrón. Ya todos sabemos que no van a venir, obviamente”. 
Lo que no saben es cuántos de esos muertos, desaparecidos o desplazados van a votar. El funcionario municipal Alejandro Salinas Vela de 44 años está sentado en la plaza y dice que le consta que aquí “los muertos votan”. Cuenta que el cinismo y el miedo: “A mi ya me apuntaron con una cuerno de chivo cuando vinieron a la plaza a tirar cabezas. Les dije que no tenía nada que temer. Soy barrendero, tal vez por eso me dejaron vivir”. 

En Tamaulipas, un estado fallido donde en la última semana han explotado dos coches bomba con un saldos de tres muertos y 14 heridos, se registró un voto de castigo contra el PRI. Seis de los ocho distritos electorales federales los ganó el Partido Acción Nacional (PAN)  El Partido Revolucionario Institucional (PRI) solo ganó según en el Distrito V con cabecera en Ciudad Victoria y en el distrito VI de El Mante. 

Roberto Morales fue representante de casilla por el PAN y dice que en Miguel Alemán hubo amenazas contra la población que decidiera salir a votar, pero en Ciudad Mier, la gente tiene miedo desde hace varios años: “La gente prefiere no exponerse por eso no vino a votar”. 
Las balaceras dejaron matanzas entre sicarios y también enfrentamientos con saldos de descuartizados tirados en esta plaza principal del pueblo. Las elecciones son un evento que debido a la inseguridad despertó poco interés como en otros municipios tamaulipecos: “Votar es un derecho, pero para los de la letra, es un revés”, dice María quien trabajó durante 32 años en Estados Unidos y regresó al pueblo como jubilada: “Soy ciudadana americana. Mis vecinas y yo hemos estado firmes, aunque tengamos miedo. No nos queremos ir y luego regresar. Aquí nos quedamos y aquí voy a vivir. Tenemos soldados, pero el retén de los otros se pone a cinco minutos de los militares y nadie dice nada”. 
Cuenta que las “nuevas generaciones” prefirieron no venir a votar: “Hace unos días apareció un muerto tirado en las brechas entre Ciudad Mier y Miguel Alemán con una cartulina que decía: “Ya llegamos, venimos a recuperar territorio”. Esos son los Zetas, aunque en el pueblo siempre han estado los del CdeG. Aquí esta muy feo. Puras batallas. Son pocos los que se animan a votar.”
El pueblo es un bastión priísta, pero en estas elecciones el Distrito 1 de Nuevo Laredo al que pertenece esta localidad, lo ganó el PAN con  el 44.50 por ciento que representa 72,450 votos con el 94.46% de las actas computadas. El PRI solo obtuvo 45,809 sufragios. 
En el cuartel del PRI contrasta la alegría de apenas media docena de personas que comen y charlan: “Tuvimos una jornada muy vigilada gracias a Dios, no hubo amenazas ni nada; solo psicosis”, asegura con una leve sonrisa Jesús Alfonso Peña presidente municipal del comité del PRI al asegurar que el abstencionismo fue normal. 
A su lado está su hermano, Luis Enrique Peña Lozano, es el candidato a la alcaldía del pueblo, quien niega cualquier irregularidad, aunque reconoce que la gente vota para no perder su apoyo del programa de Oportunidades y 70 y más: “El padrón es el padrón, hay muchos muertos, pero no votan. Aquí lo que se va a ver, es lo real. Y nada más”. 

[Publicado el 03/7/2012 a las 17:56]

El Coqueto

A César Armando Librado Legorreta, le dicen “El Coqueto” por su habilidad para seducir mujeres. En realidad, su habilidad se centra en violar y asesinar mujeres. Es lo que se dice, un feminicida serial. 
A “El Coqueto” le iba bien. Tenía un esposa y una hija; incluso una amante, pero su instinto depredador era francamente público. Sus vecinos y sus compañeros de trabajo lo describen como un hombre grosero, “muy pelado”; un tipo que decía “leperadas” a las mujeres que se encontraba por la calle. La inquina al origen, se le notaba de manera cotidiana, aunque engatusaba a sus víctimas con su cara amable, seductora, pues. 
De profesión microbusero, (chofer de microbús) “El Coqueto” fue eligiendo a sus presas en Tlanepantla donde laboraba de 3 de la tarde hasta las madrugadas. Moreno, melena negra azabache, media barba, ojos oscuros, platicaba con las usuarias del transporte público, luego las convencía para llevarlas a su casa, cambiaba el trayecto, las violaba y las asesinaba en el microbús.  Utilizaba la llamada llave china, una técnica de lucha libre que consiste en estrangulamiento casi instantáneo, oprimiendo con el brazo derecho las venas yugulares. 
Así, mató a siete y violo a ocho; o al menos, esas son las cuentas preliminares de la Procuraduría General de Justicia del Estado de México que lo arrestó el pasado 27 de febrero. Estaba custodiado por un policía ministerial cuando se escapó. Duró solo un día en prisión. Lo subestimaron o los compró. Las autoridades dicen que pensaron que no era peligroso. Ya se sabe, para violar y matar mujeres no se necesita ser peligroso. 
Hoy el Estado de México es más inseguro que ayer, particularmente para las mujeres. El estado mental del feminicida en serie no le permite la reflexión. Volverá a violar y asesinar. 
Durante su arresto confesó el asesinato de las siete mujeres, una de ellas tenía tan solo 17 años. Fue localizada sin vida el 27 de octubre del año pasado en la calle General Prim. La declaración de “El Coqueto” no deja lugar a dudas, según describe la narración del Ministerio Público: “El inculpado narró que la noche del 26 de octubre, alrededor de las 23:00 horas, conducía su microbús, con dirección Valle Dorado a Chapultepec, y al llegar a la parada del Auditorio Nacional, sobre Avenida Paseo de la Reforma, le hizo la parada la adolescente. Una vez a bordo, la joven le preguntó a César Armando Librado que si sabía dónde podía abordar un microbús en el Metro Chapultepec que la dejara en Zaragoza o Iztapalapa, y éste le dijo que sí. Al llegar a Chapultepec, todos los pasajeros descendieron y ella se siguió en el transporte” y luego de circular por varias calles se desvió del camino y fue entonces cuando abusó sexualmente de ella. Después de ser violada, la menor intentó bajar del microbús y se dirigió al estribo de la puerta delantera, donde el inculpado le aplicó la llave china, hasta que la privó de la vida; enseguida, arrastró el cuerpo por los pies, golpeándolo en la cabeza con los estribos, y lanzó el cuerpo a la calle, a un costado de un automóvil negro”.
Pienso en esa joven, en su angustia, su desesperación, su indefensión. Pienso en sus últimos minutos de vida, como intentó escapar, como su instinto de supervivencia la hizo reponerse del golpe profundo y desgarrador de una violación. Pienso en su mirada de terror frente a los ojos de su agresor. Pienso en esos segundos finales, abrazada por la espalda y sujeta desde la nuca para asfixiarla. Y pienso en las que siguen. 
“El Coqueto” está en la calle, buscando víctimas, cualquiera puede caer en sus garras. La policía ofrece 1 millón de pesos por informes sobre su paradero. ¿A cuántas más violara y asesinará antes de que lo vuelvan a detener los incompetentes y corruptos policías del Estado de México?
[Publicado el 29/2/2012 a las 20:42]

Mausoleos

Lujo y derroche cubren las tumbas de los narcotraficantes en Culiacán, Sinaloa. Los cementerios como el de Jardínes del Humaya son en realidad necrópolis de ostentosos mausoleos. 
¿Y qué es la muerte fastuosa? En este país, la última morada de ilustres capos como Arturo Beltrán Leyva en cuya lápida dejaron una cabeza humana. Es también una pequeña ciudad repleta de dinero, opulencia y orgullo, mucho orgullo haber sido lo que se fue. Al final de cuentas ser narco es formar parte de una gran multinacional que incluye a todo tipo de especímenes: políticos, empresarios, químicos, agricultores, banqueros, gobernadores, alcaldes, presidentes, reinas de belleza... 
El cementerio impresiona por la cantidad de cúpulas y lujosas construcciones de cantera y mármol. Son imponentes casas-tumba o mini-haciendas con habitaciones, salones de juego, teléfono e incluso aire acondicionado y cámaras de vigilancia. Los ataúdes también suelen exhibir un derroche de riqueza; los hay de madera fina e incrustaciones de piedras preciosas, también de algún metal valioso.  
Cada terreno para una lápida cuesta 30.000 pesos y Gladys la recepcionista del cementerio prefiere no saber a que se dedicaban las decenas de muertos que le llegan por semana. Se muestra tímida y contesta con monosílabos. En estas tierras se vive y se muere bajo el código de silencio. De eso depende llegar a viejo.
En fin, en este sitio la vida después de la muerte es espectacularmente llamativa. Dentro de las impresionantes casas-tumba se exhiben las fotos de los narcos, algunos de ellos inmortalizados con metralleta en mano. En las lápidas hay botellas de whisky y tequila. Tampoco falta la comida favorita de los difuntos, ni sus vicios públicos como chocolates o tamarindos; las drogas bien sabemos son para los consumidores, solo los narcos menos agraciados con coeficiente intelectual las toman. Por tanto, aquí no aparece por ninguna parte ni una bolsita de coca o de marihuana. 
Los sepultureros tampoco quieren hablar. Apenas un par de frases evasivas señalando las tumbas de los más famosos, aquellos que en vida fueron enemigos como Beltrán Leyva y Nacho Coronel, y que aquí comparten vecindad en armonía y paz. 
Los Jardínes del Humaya están a la salida de la ciudad, en el Boulevard Emiliano Zapata, en la colonia Jorge Almada. Desde la calle se observan los grandes edificios de las tumbas, algunos de dos y tres pisos, con su respectiva cúpula estilo mexicano, aunque las hay con mezcla del barroco y el rococó. Es natural, muchos narcos intentaron cultivarse gracias a sus grandes ganancias, aunque es obvio que su estilo recargado también les persigue hasta su muerte. Aquí no tiene cabida lo minimalista.
Muchos llegan a este lugar anticipadamente. Hay cientos de jóvenes que apenas vivieron unos años como ricos y que no les ha quedado otra alternativa que disfrutar su riqueza en el ostentoso mausoleo, aunque seguramente es algo que sabían con certeza.
Lo importante es mostrar los millones de dólares que se hicieron rápidamente a la hora de morir. De hecho, muchos de los grandes capos se construyen sus casas-tumbas con antelación. Son ellos los que eligen el estilo de la tumba, contratan a famosos arquitectos y deciden la madera fina de su ataúd, con las respectivas piedras preciosas para adornarlo de manera sencilla. 
Pero los jefes narcos no mueren tan rápidamente como sus subalternos. Aquí hay muchos jóvenes que le sirvieron a Joaquín El Chapo Guzmán o a Ismael El Mayo Zambada. También se encuentran los empleados, es decir, los narcos de segundo, tercer, cuarto, quinto nivel de los Beltrán Leyva o de Juan José Esparragoza conocido mejor como El Ázul. 
Esta mañana espléndida llena de sol, el panteón luce casi desierto. Hay albañiles, jardineros y sepultureros. Un cortejo fúnebre se acerca con su respectiva banda para despedir alegremente al ilustre difunto. 
La necrópolis de los narcos crece vertiginosamente, al mismo ritmo, que la de los muertos menos afortunados de esta delirante y surrealista guerra, una guerra contra una nebulosa llamada drogas y declarada por un emperador débil sentado en la Silla del Águila.
[Publicado el 02/2/2012 a las 04:26]

Cuestión de método

Tambos de 200 litros, instrumentos de exterminio.
El olor era penetrante. Las carnes asadas a la leña de mezquite son comunes alrededor de las reuniones familiares de domingo. Pero esta vez, el humo que salía del monte contenía un aroma distinto, más fuerte, más acentuado a carne. Extraño, pero en algún momento la emanación de humo se convirtió en fetidez, en pestilencia, en hedor a carne humana. 
Se trataba de  una narcococina, terminología de la estética del lenguaje de la violencia que vivimos. El sentido del olfato logró alertar a los soldados que pasaban por allí de manera rutinaria. Sucedió en Doctor González, Nuevo León, la tierra de mi infancia, concretamente a la altura del Rancho El Orégano. 
El estupor al enterarnos de lo sucedido aún permanece en el cuerpo. Ocho hombres “cocinaban” a cuatro compañeros que se negaban a continuar en su grupo de la delincuencia organizada. Los militares los encontraron con “las manos en la masa”: cuatro huyeron, uno fue acribillado y tres lograron ser detenidos. 
Los olores de la tierra son ahora confusos. Lo que antes era el típico aroma de la cocina regional, ahora puede resultar una sórdida escena de campo de exterminio, al más puro estilo de los hornos crematorios de Hitler, convertidos al lenguaje mexicano en “narcococinas”. 
El método tiene su complejidad: arrojar los cuerpos de seres humanos al fuego y permanecer allí hasta verlos convertidos en cenizas, tiene que ser horrible. Observar lentamente como la hoguera consume la existencia de otra persona. 
El termino narcococina incluye otros métodos de exterminio. En Vallecillo, Nuevo León encontraron un narcocampamento donde “cocinaban” personas. Había 12 tambos de 200 litros con restos óseos y sustancias químicas utilizadas para deshacer los cuerpos. 
Nadie sabe cuantas personas fueron desintegradas en esa narcococina. El método se ha extendido rápidamente. Las narcococinas abundan y las han encontrado en Galeana donde hallaron 30 restos óseos; en Ciénega de Flores donde encontraron los mismos tambos de 200 litros y restos de combustible, ropas e identificaciones que pertenecieron a las personas que desintegraron, en Juárez, en el Cerro de la Silla... 
Incluso hay pueblos donde los tambos de 200 litros distribuidos por los ayuntamientos como depósitos de basura y colocados en las esquinas, han desaparecido. Algún alcalde se ha rebelado y ha dicho que no comprara más tambos porque la delincuencia organizada se los roba para luego utilizarlos como instrumentos de exterminio. 
Los tambos no siempre son necesarios. En Guerrero, Coahuila, por ejemplo, encontraron 20 pozos en la tierra. Allí aparecieron mil 314 piezas de huesos humanos calcinados. 
El extermino con este método tiene un claro objetivo: es imposible hacer pruebas genéticas. No hay manera de extraer el ADN de un hueso calcinado o deshecho en ácido. Y los familiares de los 30 mil desaparecidos registrados en México durante los últimos cinco años, lo saben. 
La banalidad del mal, como diría Hannah Arendt tiene que ver con la condición humana, con esa capacidad extraordinaria para cometer actos de extrema crueldad contra otro ser humano sin mostrar el menor signo de compasión. Y estamos en guerra, aunque los organismos internacionales  y el gobierno, prefieran ignorar ese estatus.
Los victimarios suelen ser “personas normales”, a veces arropados por la razón de Estado. 
[Publicado el 27/12/2011 a las 03:43]

El miedo

La tumba de Wendy
Nohemí tenía cuatro horas esperando en su casa. Eran las siete de la tarde y oscurecía. Preparó el café. Pidió sillas a las vecinas. Barrió el piso de tierra. Y espero a que llegara. 
Sus familiares fueron los primeros en aparecer, luego los amigos, los vecinos o más bien, algunos vecinos. Era poca gente, pero a Nohemí no le importaba. Quería que llegara. La esperaba con ansias, con el deseo de verla nuevamente. 
Una llamada en el celular la sobresaltó. La voz del hombre fue escueta: “Soy el señor González de la funeraria. No podemos pasar. Los Zetas nos han dicho que no podemos pasar. Nos vamos a regresar y al rato lo intentamos otra vez”. 
Nohemí se trago el llanto. En la casa había como 20 personas. Se armó de fuerzas para hablar: “Les agradezco que hayan venido, pero me dicen que no pueden traer a la niña. Los malos no los dejan pasar. Si se quieren ir, se pueden ir. Lo entiendo”. La mayoría se fue.
En la oscuridad espero junto a sus otros dos hijos y su esposo. Echo la vista atrás y recordó como cinco días antes la recibió allí mismo, a la entrada de la casa. Estaba pálida. Se tocaba el estomago ensangrentado. Una bala le había perforado los intestinos. Era domingo. Venían de Cerralvo en el coche de un primo y los acompañaba una amiga, ambas de 17 años. Dos camionetas salieron por una vereda en la carretera y les dispararon a mansalva. Wendy pensó que no le habían dado, pero luego la mancha de sangre se fue extendiendo. Dicen que hay balas que no se sienten cuando entran al cuerpo; balas sigilosas, malévolas y mudas.
Nohemí reaccionó inmediatamente, se la llevó al primer hospital ubicado a 80 kilómetros de la zona rural donde vive, un lugar lleno de pobres sin esperanza, sin futuro; asolado por la violencia y convertido en pueblo fantasma sin ley. 
Durante el camino se quejaba: “Me duele mucho, dame algo para el dolor”. La internó en el Hospital Metropolitano, un moridero con apenas medicinas y médicos inscrito en el Seguro Popular de Felipe Calderón con cientos de desheredados moribundos que salen en carroza. Fueron cinco días de silencio. Estuvo en cuidados intensivos luchando por seguir aquí. Alfredo su hermano de nueve años logró entrar a verla. Lo recuerda con dificultad, se retuerce en la silla y dice con la mirada clavada en el suelo: “Estaba hinchada, muy hinchada. Falleció”. 
Al primo de Wendy ya se la habían sentenciado: “No vuelvas por aquí hijo de tu chingada madre, porque te mato”, le dijo un tipo de Cerralvo empeñado en quedarse con su novia. Nunca pensó que sucedería. Luego supo que el sujeto forma parte de una célula Zeta. 
La carroza no apareció hasta la mañana siguiente. El funeral duró apenas unas horas. Mucha gente del pueblo prefirió no asistir. El cura de Marín apareció tarde y con frialdad y arrogancia preguntó: “¿Quien es la madre? Pues no parece, ni siquiera llora”, espetó casi enfrente de Nohemí que con enorme entereza aguantaba el adiós a su niña. Había llorado tanto durante toda la noche.  
Fueron pocos los que siguieron el paso fúnebre por las calles hasta el cementerio. La gente tiene miedo. “La mataron los malos. Sabrá Dios en que pasos andaban. Mejor ni pararse”, me dice una vecina. La estrategia gubernamental de enlodar a las víctimas inocentes de esta guerra ha tenido éxito.
La tumba es un hoyo en la tierra. Y esta rodeada de niños, de adolescentes, compañeros de Wendy. Apenas unas cuantas flores son colocadas. Alguien hace una cruz de madera. La colocan. Nadie escribe su nombre. 
Ha pasado una semana. El crimen de Wendy ni siquiera ha sido investigado por la policía o el ministerio público, tampoco ocupó un espacio en los medios de comunicación. Todo mundo sabe quien fue, pero nadie dice nada. Es la ley del silencio, la ley del miedo: ver y callar.
Todos los días, Alfredo camina quince minutos hasta el panteón para llevarle una flor a su hermana. Hoy viene acompañado de su amigo Manuel. Ambos se enfrentan a la muerte con asombrosa entereza. Y asumen irremediablemente la tragedia de esta guerra delirante que ha dejado 1,400 menores asesinados y 20 mil huérfanos.
Alfredo y Manuel no pueden verbalizar su dolor, pero al salir del cementerio corren por las veredas del monte. Se suben a una moto y se pierden. Los busco durante horas. Al final de la tarde los encuentro perdidos en un inmenso campo de béisbol: “¿Por qué se fueron? Estaba asustada buscándolos”, les digo. Alfredo guarda silencio. Manuel me mira reprochando la obviedad... 
“Estamos tristes. Queremos estar solos”. 

[Publicado el 10/11/2011 a las 18:28]

Tweet Off

Tuiteros asesinados en Nuevo Laredo, Tamaulipas
Las redes sociales se han convertido en una gran herramienta para combatir la censura. Pocas cosas se escapan de la lente ciudadana, de los guardianes anónimos o del atento espectador en cada esquina. 
Aparecieron hace unos días. Uno tenía alrededor de 25 años, la otra 28, según datos de la policía. Ambos, tuiteros por afición, se habían encargado de denunciar todo aquello que no salía en la prensa local de Nuevo Laredo, Tamaulipas, el segundo puente fronterizo más importante con Estados Unidos, después de Tijuana. 
Ella estaba atada de pies y manos; él de los brazos; los torturaron hasta la muerte y los colgaron del puente peatonal de Los Mayas. El mensaje escrito en una cartulina dejado en la escena del crimen era claro: "Esto les va a pasar a todos los relajes (tuitteros) del Internet, pónganse vergas (listos) ya los traigo en corto, Atte: Z". 
Las alarmas se han disparado. No solo por este hecho macabro, sino por otro incidente que afecta al flujo de información en las redes sociales. Dos tuiteros fueron encarcelados en Veracruz por “perturbar el orden público”, acusados de “terrorismo y sabotaje”.  
El “delito” del profesor Gilberto Martínez Vera y de la periodista María de Jesús Bravo Pagola, fue  según la autoridad, generar una ola de pánico por haber difundido en Twitter y Facebook la versión de posibles ataques del crimen organizado en escuelas. 
El tic autoritario del gobernador de Veracruz Javier Duarte no tiene límites. En cuestión de días fue capaz de modificar la ley para perseguir más cómodamente a los tuiteros que fueron encarcelados sin que existiera una tipificación del delito en cuestión. Envió una iniciativa de reforma a los artículos 311 y 313 del código penal de Veracruz para incluir el delito de "perturbación del orden público". El gobernador se olvidó que en derecho existe un principio fundamental: “Nullum crimen, nulla poena, sine praevia lege”, es decir “ningún delito, ninguna pena sin ley previa”. Pero Duarte se pasó por el Arco del Triunfo la Constitución. La nueva ley fue aprobada, aunque la jugarreta no cuajó del todo. 
Los tuiteros cosecharon miles de adhesiones: desde las organizaciones de derechos humanos, legisladores, senadores y hasta la Iglesia. Twitter se convirtió una vez más en una herramienta contra la opresión y la falta de libertad. El apoyo fue mayoritario y la movilización en Internet fue tan contundente que el gobernador déspota dio marcha atrás. Ambos tuiteros salieron en libertad, después de 27 días en prisión. 
Bien sabemos que los ímpetus de censura de algunos gobernantes no tienen límites, pero actualmente dicho propósito es prácticamente estéril. Pueden comprar periodistas, operar medios de comunicación a través de la publicidad oficial, tener opinadores a modo, amenazar o asesinar periodistas independientes; el mensaje llegará tarde o temprano. 
Una prueba de ello es el famoso Blog del Narco, convertido ya en lectura indispensable de la guerra delirante de Felipe Calderón que ha dejado un saldo de 60 mil muertos, 250 mil desplazados, 20 mil desparecidos... 
Lo censurado en algunos medios de comunicación se publica sin ambages en el Blog del Narco, incluidas las crudas imágenes de violencia, tortura, ejecuciones, barbarie cotidiana. Nadie sabe quien maneja el Blog del Narco, pero la leyenda dice que detrás de esas páginas llenas de sangre e información oportuna y casi siempre veraz, están dos estudiantes de Monterrey. 
La información fluye, y seguirá fluyendo aunque algunos intenten detenerla. Tweet Off.
[Publicado el 22/9/2011 a las 01:45]





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