domingo, 21 de agosto de 2011

Sangre y muerte

La multitud errante
Migrantes, el gran botín
Los Zetas cazan sin disimulo a los indocumentados centroamericanos
La connivencia entre autoridades de Coahuila y los delincuentes se hace evidente
La indiferencia federal, un aliciente que invita al delito, denuncian
                         Centroamericanos en busca de una nueva patria. Foto: Sanjuana Martínez
Sanjuana Martínez
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 21 de agosto de 2011, p. 2
Saltillo, Coahuila, 20 de agosto. Rapaces, Los Zetas esperan como buitres la salida de los migrantes centroamericanos para secuestrarlos. Están de cacería, colocados sin disimulo a pocos metros de la entrada de la Posada Belén, un refugio rodeado de halcones a sueldo que informan puntualmente los movimientos de las posibles víctimas. Cada migrante vale de 2 mil a 4 mil dólares. Son presas indefensas, sin protección, ni documentos; son el botín de delincuentes y autoridades: “Estamos en territorio muerte, territorio zeta”, dice de entrada el sacerdote jesuita Pedro Pantoja Arreola, fundador de la Casa del Migrante.
De nada sirvieron las órdenes reiteradas de medidas cautelares, los llamados del Alto Comisionado de la ONU o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos; tampoco las denuncias de la CNDH o la nueva Ley de Migración; mucho menos la propaganda oficial de Lupe Esparza y el grupo Bronco. Nada se ha cumplido. El hostigamiento, las amenazas, los ataques y la persecución contra los migrantes y quienes les apoyan continúan.
Peor aún, la connivencia entre delincuentes, policías y el gobierno del priísta Jorge Torres López es cada vez más evidente. Y la indiferencia de las autoridades federales, un aliciente que invita al delito: Hay cosas sospechosas. Todo mundo sabe. Hay una complicidad en este régimen de Estado; la hay, si no cómo puede funcionar el crimen organizado. Nadie dice nada, pero el mensaje es claro: hagan lo que hagan, nosotros vamos a seguir abasteciéndonos de migrantes, comenta el padre Pedro, quien lleva 20 años trabajando con los viajeros.
Y remata: Aquí el crimen organizado circula con licencia. Vivimos en un clima de miedo. Tenemos mucho miedo por los voluntarios. Ya no sabemos cómo cuidarlos. Y los migrantes siguen igual de invisibles y desprotegidos. Hay una situación de sangre y muerte.
Sobrevivir en el intento
Belén, Posada del Migrante está ubicada en la colonia Landín, un barrio popular del sur de Saltillo, que a diferencia de otros, aceptó hace 12 años la llegada del padre Pedro y los migrantes: En Coahuila había un clima muy duro de criminalización. Nos echaban a la policía todas las noches. Ibamos cambiando de casas de renta, hasta que el obispo Raúl Vera nos concede la casa Belén, una bodega de Cáritas. Había un colchón y unas cuantas cazuelas, pero eso sí, con unas señoras voluntarias muy valientes: Las señoras de la Misericordia, que nunca se rajaron y que aún siguen, son bien fieles, afirma el sacerdote.
Por aquí han pasado más de 50 mil migrantes. A la entrada, una pintura muestra a un guardia fronterizo y la fila de hombres detenidos con las manos en la cabeza, que incluye a Jesucristo. En el patio, un grupo de muchachos juega al futbol, otro más se entretiene con una partida de damas; el resto hace ejercicio, ayuda en la cocina, limpia las habitaciones o descansa. La Migra, una perra muy querida por todos, se pasea con parsimonia. Las historias se repiten. La mayoría ha intentado pasar varias veces a Estados Unidos. Y casi todos han vivido una situación traumática a consecuencia de la narcoviolencia. En México han padecido racismo y criminalización.
Carlos Alberto Romero Avilés tiene 18 años, está sentado intentando quitar el esmalte plateado nacarado de sus uñas pintadas a trompicones. Además de salvadoreño y pobre tiene un elemento más que duplica su vulnerabilidad: es transexual. Es su segundo intento de pasar a Estados Unidos. La vez anterior que lo detuvieron los agentes de migración le cortaron las uñas: “Rasguñé. Uno me insultó y le enterré las uñas. Había un zeta infiltrado que me mandó a quitarle el pisto (dinero) a otro. Y como me negué me mando golpear y me defendí”, dice soltando una sonora carcajada.
Usa pesqueros ajustados, lleva el cabello recogido y una camiseta de manga corta. Duerme con dos mujeres. El resto de los 100 migrantes que habitan hoy la casa son hombres. Los pasados dos meses ha viajando en tren. Desde Palenque hasta Piedras Negras hizo 20 días: “La primera vez que me vine secuestraron a una muchacha de mi grupo. Eran Los Zetas y fue en Tierra Blanca”.
A pesar de eso, se arriesgó nuevamente: “Tengo tres opciones: que me secuestren, que me maten o tener una vida mejor. Prefiero arriesgarme a esconderme toda la vida de las pandillas. Aquí tengo un futuro, en El Salvador era comprar la caja y que me enterraran. La Mara me andaba cortito”.
Carlos prefiere que le llamen Carla. Vivió desde niño en la calle, se crió con un abuelo y un tío que siempre lo golpearon y lo echaron de casa a los 11 años. Se fue a vivir a las puertas de una panadería, donde finalmente laboró como ayudante.La Mara le exigía la renta de 50 dólares a la semana por dejarlo trabajar. No ganaba más que para el bocado del día, dice. Cuando dejo de pagar, lo querían matar. Y huyó. Ahora su meta es radicar en Houston, Texas: Lo primero que quiero hacer es trabajar y ayudar a mis hermanos; la pequeña tiene diez años y se quedó con una vecina. El otro anda trabajando en un circo huyendo también de las pandillas. No tengo papá. No lo conocí. Mi mamá vive en Estados Unidos y le hablé. Me dijo que quién me había dado su teléfono, que me olvidara de ella.
Sus planes son quedarse un tiempo en Saltillo, conseguir un trabajo, ahorrar y partir. Desea salir de la Casa del Migrante, pero sabe que el peligro acecha en el exterior: Mi sueño es llegar a Estados Unidos y comprar una casa. Nunca he tenido una.


     Migrantes descansan en la Posada Belén de Saltillo, Coahuila. Foto: Sanjuana Martínez 

Patria compartida
Desde el huracán Mitch, ocurrido en 1998, el éxodo de centroamericanos huyendo de la miseria aumentó, especialmente de Guatemala y Honduras. El padre Pedro sabe que es imposible ponerle puertas al hambre y los recibe con infinita compasión. Está convencido que esos huéspedes trabajarán en el vecino país y alguna vez volverán a reconstruir su tierra, siempre y cuando logren cruzar México: Aquí la violencia sigue dura. Siguen secuestrando migrantes, sigue la criminalización, sigue el desgaste de discutir con las autoridades sobre nuestra necesidad de medidas cautelares.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ordenó medidas cautelares que nunca se han cumplido. La policía que debía estar 24 horas afuera del albergue brilla por su ausencia y el gobierno ni siquiera ha cumplido con la exigencia de colocar cámaras de vigilancia alrededor del inmueble.
Lo que sí es constante es el acecho de los criminales. Las camionetas merodeando para espiar a los migrantes: Están esperando. Hay infiltrados en la casa para saber cuántos van a salir, a qué hora de la madrugada se van a ir. Tienen todo controlado. Vivimos en una tensión muy fuerte.
El más reciente ataque se dio hace unas semanas. Un voluntario alemán salió con unos migrantes a comprar cosas al súper. Al salir de la tienda fueron encañonados. Los querían secuestrar, pero en un descuido de los delincuentes pudieron escapar corriendo hasta la casa donde también amagaron a otros muchachos. La respuesta de la embajada alemana fue pedirle a sus connacionales salir inmediatamente de México: Qué curioso que en ese momento las patrullas de las medidas cautelares que se suponía debían estar aquí, no estaban. Perdimos esos voluntarios, también otras gentes solidarias se alejaron de la casa. Hay un clima de miedo. Lo denunciamos, pero el fiscal nos dice que por qué no les tomamos foto a los delincuentes con el celular. ¿Cómo ve?
El padre Pedro dice que el territorio muerte contra el migrante está por todo el noreste. Empieza en Zacatecas, San Luis Potosí, Nuevo León, Tamaulipas y por supuesto Coahuila: Aquí hay un crimen empresarial. Son sumamente fuertes, son empresarios, son ganaderos, son comerciantes, manejan parte de los bancos, ellos manejan la policía, tienen infiltrados todos los gobiernos. Están en todos los niveles de poder. Amparan campañas políticas y respaldan a diputados. El migrante se sigue viendo como una mercancía.
Coahuila es para los migrantes la última parada en territorio mexicano, es la antesala al desierto que habrán de cruzar rumbo al sueño americano. Cada día se bajan del tren hasta 120 migrantes centroamericanos. El padre Pedro sufre para conseguir comida, para pagar las facturas de los servicios públicos. La casa vive únicamente de las donaciones. A diferencia de otros albergues en el país, aquí el gobernador Jorge Torres no los apoya en nada. Es una vergüenza, dice.
La vida de este sacerdote formado en la teología de la liberación está ligada a la defensa de los grupos más vulnerables. Empezó en 1965 reivin- dicando los derechos laborales de los campesinos migrantes en California, luego se fue a la región carbonífera, donde ofreció su apoyo a los 20 mil trabajadores despedidos de Altos Hornos después de la privatización realizada por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari. En seguida respaldó la huelga de los obreros de Cinsa y Cifunsa, algo que disgustó al Vaticano, que en represalia lo envió a la fronteriza Ciudad Acuña, donde inició su trabajo con migrantes.
Los asesinatos de migrantes empezaron en 2005.
En los 20 años anteriores ha visto de todo. Desde las atrocidades cometidas contra los migrantes que resultan amputados cuando son lanzados del tren por los guardias, hasta la actual tortura y salvajismo. Los testimonios son estremecedores.
Hace poco un migrante le contó que en Tenosique, Tabasco, fue secuestrado con otro compatriota que se negó a dar el teléfono de sus familiares. Los delincuentes lo destazaron vivo a machetazos y luego utilizaron los pedazos para hacer la comida de otros secuestrados y para alimentar a los cocodrilos que tenían en un foso: Tenemos testimonios de muchachos que fueron secuestrados en Zacatecas y les ofrecieron convertirse en sicarios. Esa es otra modalidad. Los amenazan de muerte y los ponen a trabajar de sicarios.
Para el padre Pedro está claro que la nueva Ley de Migración es unasimulación aparatosa sin efectividad: No podemos confiar en la proclamación de la ley con estos diputados, senadores y las actuales estructuras de la Secretaría de Gobernación, el Instituto Nacional de Migración (INM) y los ministerios públicos. Dice que la visa transmigrante tiene condiciones que los centroamericanos no pueden cumplir porque no traen documentos de identidad y que el INM debería desaparecer: Sigue infiltrado. Tendría que haber una política migratoria diferente, radical a fondo. Lo demás son concesiones parciales, simuladoras y aparatosas. Se lavan la cara con nosotros. Estamos desesperados, indignados y totalmente decepcionados.
Los migrantes mientras tanto se entretienen en el patio de la casa ajenos por un momento al drama de la supervivencia. Algunos llevan dos o tres semanas esperando. José Rivera, de 22 años, es hondureño y ha intentado pasar cuatro veces a Estados Unidos. Esta vez, está convencido de lograrlo. Su mayor miedo es toparse “a la migra mexicana o a Los Zetas. Son lo mismo”.




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