jueves, 25 de noviembre de 2010

¿Y la solidaridad sin prejuicios?

La directora de la Casa Xochiquetzal afirma que el albergue padece el olvido gubernamental
La sociedad debe ayudar a trabajadoras sexuales de la tercera edad, ella las creó
Cuando acudimos a pedir apoyo nos dicen ¿para qué se dedicaron a eso?, asegura activista




Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 21 de noviembre de 2010, p. 35
Las habitaciones de la Casa Xochiquetzal encierran decenas de historias de mujeres de la tercera edad en situación de calle dedicadas aún al sexo comercial por la falta de oportunidades para jubilarse. Aquí han encontrado un refugio y la protección necesaria para vivir sus últimos años en paz y con dignidad.
Fundado hace cinco años, este asilo para mujeres trabajadoras del sexo comercial padece los estragos del desinterés gubernamental y el desprecio de la sociedad traducido en falta de recursos que le permitan seguir funcionando: “casi nadie entiende su situación. Cuando acudimos a solicitar donativos nos encontramos con el rechazo y una absoluta falta de comprensión: Nos dicen: ¿Para qué se dedican a eso? Ahora que se aguanten. El problema es que a nadie le importan las ancianas trabajadoras sexuales, comenta Gabriela Rodríguez, directora de la organización Afluentes, encargada del apoyo económico al lugar.
Canela tiene 74 años y padece síndrome de Down. Lleva 30 años dedicada al trabajo sexual: a ella la tiraron a la basura cuando nació. Es una historia terrible e inimaginable. En general todas ellas tienen vidas muy tristes. Es un universo de mujeres que ni siquiera imaginaba que existiera. Son inexistentes para la sociedad; mujeres multimarginadas, multivulnerables e invisibles, comenta Rosalba Ríos, directora de la Casa Xochiquetzal.
Rosalba es pedagoga y tiene una maestría en sicoanálisis, trabajó antes con menores infractores, indocumentados y mujeres víctimas de violencia, pero nunca antes imaginó que pudiera existir este tipo de grupo vulnerable: he aprendido mucho. Se ha convertido en una misión de vida. Esta labor abre la posibilidad de trabajar con otros grupos. Me di cuenta de que la necesidad es mucha. Ellas son como hoyos negros en la sociedad. Y desde aquí se puede llegar a las hijas y a las nietas para que no se repitan las historias. Aquí hay mujeres de tercera y cuarta generación dedicadas al trabajo sexual. Es una cadena que hay que romper.
¿La vida fácil?
Leticia llegó a la Casa Xochiquetzal cuando el edificio estaba en ruinas. Es fundadora del albergue y ahora está encargada de la cocina. Hoy hay para comer pescado y ensalada. El olor atrae a las compañeras. Se sientan poco a poco a la mesa. Conviven, ríen y lloran juntas.
Leticia fue trabajadora sexual por más de 40 años, empezó a los 26, obligada por su esposo, el padre de sus seis hijos: voy a cumplir tres años que ya no ejerzo. Me dieron trabajo en la cocina. Tengo seis hijos, pero como si no los tuviera. No me quieren.
Se enjuaga las lágrimas, continúa:casi no me gusta platicar mi historia porque me lastimo yo sola y luego duro varios días caída. Procuro no recordar mi pasado. Yo fui obligada a ejercer la prostitución por mi esposo. Aún siento mucho dolor.
Recuerda que en varias ocasiones cruzó la línea de la muerte: “Me enfrenté a muchos peligros. Fui arrastrada por los jeeps de Gobernación, maltratada por los policías. Trabajaba con mi hijo de nueve meses al que cargaba con reboso. Me arrastraban con él. Trataban de quitármelo, pero lo defendía con uñas y dientes. Nunca me lo quitaron porque los mordía. Conocí la vaca, el lugar a donde nos llevaban. Eran 15 días de prisión o 500 pesos de multa. Cuando caí en el toro eran 36 horas y me las aventaba todas, porque eran 100 multas y no había con qué pagarlas”.
–Los clientes que fueran, pero yo tenía que llegar con dinero a mi casa. A veces eran pocos y algunas otras, exageradamente muchos. Hubo un día que un muchacho de los baños San Ciprián, que están en el mercado de La Merced, me dijo que si quería trabajar a partir de las 5 de la mañana. Pasé con 40 personas. Terminé súper amolada a las 11 de la noche. Acabé muy mal, hasta al médico tuve que ir.
Aquella experiencia traumática le cambió la perspectiva de la vida: “una persona me dijo: ‘no seas tonta, si haces cinco trabajos escóndele dos y entrégale tres’. Y así lo hacía. Guardaba mi dinero en el hotel. Yo era bien mensa, daba todo. A los dos años decidí dejar a mi marido. Lo dejé con todo. Me salí así como estaba vestida, porque siempre me amenazaba: ‘Si me dejas, te mato’. Yo dije: ‘quédate con todo’. Ni adiós le dije. Estaba harta, yo le decía ‘sácame de trabajar’, pero él me contestaba: ‘búscate un güey que te saque y te mantenga’”.
Y se lo buscó. Encontró a un buen hombre que la sacó de trabajar y con quien vivió 17 años: era un gran hombre, tiene cuatro años que falleció. Antes que muriera tuve que volver a hacer la calle porque él estaba muy enfermo y tenía más de 22 años con diabetes y le dijeron que no podía seguir trabajando.
Leticia lleva una gorra que le cubre el cabello y usa un delantal. Llora sin parar. Se tranquiliza poco a poco. Dice que le gustaría que sus compañeras también dejaran de trabajar, pero comprende que cada quien tiene sus propias necesidades. Por un servicio cobran de 20 a 100 pesos y a sus 60, 70 u 80 años sigue siendo su forma de supervivencia: nos dicen: ustedes viven la vida fácil, pero en realidad es la difícil. Entra uno a trabajar y no sabe uno si sale con vida del hotel. Soportar la pestilencia, la boca, las patas, soportarles todo. Es una vida muy triste.
Sin opciones
Las actuales condiciones financieras de la Casa Xochiquetzal han generado inseguridad ante el futuro. Las mujeres han tenido que tomar talleres de cartonería para hacer catrinas que venden a fin de recaudar fondos. Es la primera vez que han decidido intentar obtener recursos por ellas mismas.
No hay empresarios dispuestos a darnos trabajo para mantener a estas mujeres. Se necesitan donativos, dice Rosalba Ríos. El mayor reto es la falta de recursos para poder solventar los gastos y las necesidades de cada una de ellas. Casi todas están enfermas. En este año se nos murieron dos y tan sólo para cubrir los costos del funeral batallamos mucho. Como no es un trabajo formal no pueden aspirar a una jubilación, pero hay muchas otras maneras de ayudarlas con programas sociales. Finalmente, ellas son producto de una sociedad que todos hemos creado y somos nosotros los que debemos apoyar.
A Lupita su madre la cambió por una televisión cuando tenía ocho años. A las 12 la vendía y a los 17 llegó a trabajar en las calles del mercado de La Merced. Un hombre mucho mayor que ella se convirtió en su padrote. Ambos empezaron a consumir droga. El hombre vendió a los tres niños que tenían para prostituirlos, aunque después fueron rescatados.
Lupita murió hace unos meses, a los 42 años de edad, a consecuencia de múltiples enfermedades como cirrosis, VIH, insuficiencia renal y problemas respiratorios: llegó a la casa en unas condiciones terribles. Nos abocamos a atenderla. Estaba muy grave. Vivía con un tipo que como la vio muy mal la tiró en la calle. Alguien la recogió y nos la trajo. La casa está hecha para mujeres de la tercera edad. Las recibimos a partir de los 55 años, pero mujeres así no las podemos rechazar, dice Rosalba Ríos.
La actriz Jesusa Rodríguez, fundadora de la Casa Xochiquetzal, denuncia que no hay voluntad del Estado para resolver este problema. Explica que seguirán en la lucha por estas mujeres y que incluso tienen un nuevo proyecto de prevención y educación sexual dirigido a trabajadoras sexuales jóvenes del mercado de La Merced. Insiste en que nadie debe olvidar el origen de estas mujeres: ellas son resultado de la miseria. Son un tumor que genera la pobreza. La explotación de mujeres, ancianas y niñas es un reflejo de la drogadicción de México. El trabajo sexual en La Merced lo hacen las mujeres más pobres, mujeres que están en las peores condiciones. Son mujeres explotadas desde la infancia. Esclavas. Hay una sociedad hipócrita que lo tolera, lo ve pasar y lo deja ser. Que no vengan con que son mafias imposibles de terminar. No es cierto. Esto es producto de nuestra sociedad. De todos. Y todos tenemos la obligación de ayudar.

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